Grandes películas: «Lo que queda del día»

Alguna vez he contado que 1993 siempre me ha parecido uno de los grandes años en cuanto a películas se refiere. Hay tantas, tantas, de una calidad extraordinaria, que parece mentira que se hicieran prácticamente a la vez: «La lista de Schindler«, «Philadelphia» o «Un mundo perfecto» son sólo un ejemplo.
Y una de las películas de ese gran año fue «Lo que queda del día«. Seguramente no será tan conocida como otros títulos que han aparecido por aquí, pero de verdad que merece la pena. Está basada en la novela homónima del anglo-japonés Kazuo Ishiguro -ganador del premio Nobel de literatura en 2017- y su fuerte no está en la épica, ni en los efectos especiales, sino en los detalles, en su ritmo pausado y en la contención de los intérpretes. Todo ello consigue que nos sumerjamos en un ambiente de reglas, protocolo y educación en una mansión de la campiña inglesa en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.
Cuando vi la película me fascinó la existencia de dos mundos paralelos en la alta sociedad británica de esa época: por una parte el de los señores, dedicados a la toma de grandes decisiones políticas, las recepciones y las cacerías, y por otra el de los criados, atentos siempre a las necesidades de los primeros y a sacar adelante la vida dentro de esos inmensos caserones. Recientemente hemos visto la fantástica serie «Downton Abbey«, que retrata también esta época de señores y sirvientes, de pompa y reglas, de rigidez y convencionalismos.
Esa diferencia la veríamos todavía más fácilmente si viésemos la película en versión original. Hacerlo se convierte en el billete a la Inglaterra de entreguerras. La cadencia y pausa en la pronunciación de los señores frente al acento más fuerte y la espontaneidad en las conversaciones de los habitantes de los pueblos o en las del servicio de la casa.
Al frente de ese regimiento de criados está el mayordomo Stevens (Anthony Hopkins), cuya única misión en la vida es servir a su señor pero siempre de una manera digna. ¿Qué es esto de la «dignidad«? Se explica muy bien en una secuencia al principio de la película. En ella, el padre del señor Stevens, que durante un tiempo también trabaja en esa casa, cuenta la siguiente historia una noche en que el servicio está cenando en la cocina:
«Había un mayordomo en la India. Un día entró en el comedor y ¿qué vio bajo la mesa? ¡Un tigre! Sin inmutarse fue directamente al salón: -«Ejem, ejem… disculpe Milord…» -y, susurrando, para no asustar a las damas…- «Perdone Milord, parece ser que hay un tigre en el comedor. ¿Tal vez su señoría me permitirá usar el calibre 12?» Siguieron tomando su té y entonces sonaron tres disparos. No se sorprendieron porque estando en la India estaban acostumbrados a todo. Y cuando el mayordomo volvió para rellenar las teteras dijo más fresco que una lechuga: «La cena se servirá a la hora habitual, Milord, y me complace decir que no quedará ninguna huella perceptible del reciente suceso llegado ese momento…»
Cuando termina la historia, su hijo, el señor Stevens, dice:
«Magnífica historia, señor Stevens. Ese es el ideal al que todos aspiramos: la dignidad.»
Con este pequeña muestra vemos cuál era la imagen a la que se aspiraba si se quería trabajar como mayordomo en esos años: maneras exquisitas, trato distante, eficiencia silenciosa y el trabajo realizado con la mayor dignidad. Con estos elementos, el señor Stevens desempeña su función según esos cánones y lo hace perfectamente: ser mayordomo es para él un honor, se convierte en la persona de confianza y en alguien imprescindible para la casa y para su patrón.
Sin embargo aparece en la casa la señorita Kenton (una genial Emma Thompson) que, siendo igualmente eficiente y educada, desconcierta un poco al mayordomo por su espontaneidad y cercanía.
A lo largo de la película vemos cómo el señor Stevens empieza a ver al ama de llaves de una manera diferente. Le sigue tratando con la misma distancia pero vemos por sus miradas, por sus gestos, que empieza a sentir algo por ella. ¡Qué importantes son las miradas en esta película!
Y aquí está lo esencial de la película según mi punto de vista: Stevens es incapaz de dejar entrever absolutamente nada de lo que siente a la señorita Kenton. Entre ellos siempre se tratan de usted y nunca hay un contacto físico, a pesar de que a la señorita Kenton la presencia del mayordomo le resulta cada vez más necesaria.
La secuencia que supone el «clímax» de esta relación imposible es aquélla en la que la señorita Kenton entra en la habitación del mayordomo y le descubre leyendo. Ella quiere saber qué libro está leyendo y él, manteniendo la distancia, le impide ver el volumen. Ella insiste e insiste en saberlo hasta que están los dos muy juntos y el ama de llaves le va quitando el libro poco a poco de las manos. En los ojos de Stevens vemos lo vulnerable que se siente teniendo tan cerca a la mujer de la que está enamorado; su inseguridad, toda su imponente seriedad queda por los suelos.
Es un momento tenso, incómodo, pero realmente hermoso. Cada vez que lo veo siempre pienso que esa vez, sólo esa vez, Stevens tirará el libro al suelo y besará a Kenton, dejando atrás los convencionalismos y las etiquetas. Stevens le quiere y por fin se lo demostrará. Pero no, la secuencia siempre se repite: el mayordomo esconde sus sentimientos ante el ama de llaves una y otra vez. Pero nosotros podemos ver en la cara de ese hombre cómo, a pesar de lo violentado que se siente por haber perdido ese espacio vital que ella ha invadido, casi no puede creer tenerla tan cerca, estar tocando sus manos de esa manera tan imprevista.
La película tiene más escenas que merecen la pena, pero la anterior es la que más me impresiona. Sólo con haberle tocado con un dedo la mano a la señorita Kenton, el mayordomo le habría dado a entender qué es lo que sentía por ella. Sólo eso, un movimiento de un dedo en ese momento, habría evitado los años de remordimientos que llegaron después. Y eso es triste. La pena que siente Stevens (y nosotros al darnos cuenta de su forma de actuar) nos la transmite sólo con miradas, esas miradas fijas al infinito, mientras piensa en algo que ya nunca será.
La película, en fin, es un retrato fantástico de una época que había salido de la peor de las guerras hasta ese momento y que estaba a punto de entrar en otra todavía peor. Sin embargo, en la cinta vemos ese momento de tranquilidad que se vivió entre ambos conflictos y que choca con la lucha interior que mantienen consigo mismos Kenton y Stevens.
Lo que queda del día («The remains of the day«, James Ivory, 1993)
Otra que nunca he visto pero seguramente lo voy a hacer. Me encantan historias asi y yo admiro ambos actores profundamente. Muchisimas gracias por la entrada. Me encanta como analizas las películas de una manera que me hace aun mas interesada en la cinta en vez de hacerme sentir que ahora ya no la tengo que ver! GRACIAS! 🙂
Vi esta película hace mucho tiempo y no la recordaba. De hecho no me acuerdo cómo termina. La veré otra vez y ya fijándome en las cosas que comentas.
Muchas gracias.
actores grandiosos……..cien de verdad sin artificios ni explosiones….una sugerencia,haz un recuerdo al gran Christopher Lee.recientemente fallecido. Innumerables películas,desde el Perro de los Baskerville hasta el mago malo del Señor de los anillos
Me alegro de que te gustara «Lo que queda del día», Álvaro 😀 Veo que coincidimos en muchas 😉 Alguna caerá de Christopher Lee, o «Drácula» o «El perro de los Baskerville» caerán 😀
Una de mis películas favoritas. La he visto no sé cuántas veces y la verdad no conozco mucha gente a la que le guste, así que gracias por esta entrada 🙂 Me encanta sobre todo el personaje de Stevens: todos esos sentimientos reprimidos dentro de esa camisa almidonada, el concepto mismo de «dignidad», reflejado también en la escena de la muerte del padre… en fin. Gracias de nuevo 🙂
No, gracias a ti por comentar 🙂 Tanto Stevens como Kenton son el ejemplo de la desgracia que puede traer el reprimir los sentimientos. Cada escena de la película es un regalo.