Grandes escenas: «Billy Elliot»

Seguro que habéis visto «Billy Elliott«… De hecho, si no es así, no sé a qué estáis esperando, en serio. Y si no la habéis visto, la escena que vamos a ver hoy no os va a parecer nada del otro mundo: únicamente un chico bailando en un gimnasio a oscuras delante de un señor con cara de pocos amigos.
Y sin embargo, «Billy Elliot» es una pequeña gran obra, un manual del «quiero cumplir mi sueño cueste lo que cueste, moleste a quien moleste, y piense lo que piense la gente«, una demostración emocionante del «dejadme vivir«.
Resumiendo mínimamente os diré que «Billy Elliot» cuenta la historia de ese chico, Billy, que a pesar del deseo de su padre de ser instruido en el boxeo, descubre que lo que de verdad le gusta es bailar. Pero claro, esa afición es de lo más peligroso en una ciudad de mineros belicosos, un mundo masculino en donde todo lo que se aleja de lo habitual es tachado de raro. Sin embargo, eso a él le da igual y con su fuerte personalidad, su esfuerzo y la ayuda de su profesora de ballet, consigue no sólo cumplir su sueño de convertirse en bailarín, sino además (y muchísimo más importante para él) el respeto y la admiración de su padre.
Este es el contexto en el que se produce esta escena: una noche el padre de Billy descubre a su hijo y a su amigo bailando en ese gimnasio. El mundo de Billy se tambalea en ese momento en que su mirada se cruza con la de su padre, pero lejos de huir, lejos de ocultar su pasión por el baile o de avergonzarse por ello (que es exactamente lo que hace el amigo del chico), Billy se pone a bailar ante la mirada atónita del cabeza de familia.
El valor que demuestra Billy Elliot enfrentándose a su padre de esa manera y el orgullo con el que baila, ponen la piel de gallina. Esa música con tintes casi épicos, la interpretación de este Jamie Bell que se ponía por primera vez delante de las cámaras y toda la carga emocional que lleva el momento, convierten estos dos minutos en algo realmente maravilloso.
En lo estrictamente cinematográfico me quedo con esos movimientos de la cámara siguiendo al chico en su coreografía mientras corre, mientras salta, y con el hecho de que no fue necesaria ni una sola palabra para describir lo que sentía cada una de las tres personas que estaban en ese momento en esa sala: ira, sorpresa, vergüenza, orgullo, valentía… ¿Se puede pedir más?
Y si después del baile que se marca el joven Billy queréis saber qué es lo que hace su padre, no tenéis más que seguir viendo el vídeo…
«Billy Elliot» (Stephen Daldry, 2000)
Simplemente maravilloso!!!
¿A que sí? A mí «simplemente» me encanta.